Con los continuos y lamentables casos de asesinatos que se vive en nuestro país, se escucha mencionar con gran frecuencia los términos “psicópatas” o “sociópatas” para denominar a los autores de estos crímenes; sin embargo, existen diferencias entre ellos, y saberlas pueden ser de gran ayuda para comprender la influencia de la familia y sociedad en el desarrollo de estos trastornos.

Para poder reconocer las diferencias, primero conoceremos ciertas similitudes que pueden indicar el porqué de la confusión.

Similitudes

En primer lugar, debemos saber que ambos están ubicados en la categoría de trastornos de personalidad antisocial, por lo que comparten ciertas características, por ejemplo; el desprecio por los derechos de los demás y la ausencia de remordimiento por sus acciones.

Los síntomas en ambos casos comienzan a aparecer y establecerse aproximadamente los quince años. Algunos estudios indican que el síntoma inicial puede verse reflejado en la crueldad excesiva hacia los animales, seguida de la falta de culpa por sus acciones. Puede haber entendimiento sobre comportamiento social inapropiado; sin embargo, carencia de una respuesta emocional hacia las acciones de otros.

Diferencias

Podemos diferenciarlos no solo por la forma en que actúan, sino también por la manera en que se originan.

La psicopatía está relacionada con diferencias fisiológicas cerebrales; es decir, tienen una deficiencia en el desarrollo de ciertas áreas del cerebro, aquellas que son consideran responsables de la regulación emocional y sentimiento de culpa; mientras que en la sociopatía, las características son adquiridas como producto de condiciones de abuso o falta de cuidado por parte de sus primeros agentes de socialización, su familia, o por agentes externos, como amigos en la escuela que hayan estado implicados en conductas que transgreden las normas sociales .

Los psicópatas tienen dificultades para generar vínculos reales con otros; sin embargo, pueden llegar a ser vistos como personas encantadoras, ya que pueden fingir interés y manipular en busca de algún beneficio propio, lo que les ayuda a llevar una vida aparentemente funcional. Ven a las personas como objetos y los utilizan con la intención de conseguir sus objetivos, dejando de sentir y mostrar culpa por sus comportamientos, a pesar de lo mucho que puedan llegar a lastimar a los demás. Los beneficios que obtienen no son necesariamente materiales, sino más bien actúan guiados por obtener placer personal. Cuando una persona con psicopatía se involucra en una conducta criminal, tiende a hacerlo de una forma muy metódica, planificando cuidadosamente sus actos para minimizar los riesgos y tiene planes de contingencia ante cualquier evento no contemplado.

Por otro lado, las personas con sociopatía tienden a ser más compulsivos e inestables emocionalmente, mantienen conductas mucho menos calculadas y son propensos a ataques de rabia, lo que les impide llevar una vida aparentemente regulada. Su impulsividad es bastante notoria, pues es común verlos transgrediendo normas y derechos ajenos. Cuando se trata de crímenes, los sociópatas tienden a actuar de forma más imprudente, sin tomar en cuenta las consecuencias de sus actos.

El papel de la familia

Como ya se ha mencionado, estos trastornos están dentro de la categoría de los trastornos de personalidad; es decir, no pueden ser diagnosticados antes de cumplir la mayoría de edad pues se considera que la personalidad, como tal, está todavía desarrollándose durante la adolescencia y solo al llegar la adultez podría considerarse como consolidada. La personalidad, es definida como un conjunto de rasgos relativamente duraderos, que influyen en la interacción y adaptación de la persona respecto a su entorno físico y social; el 10% de la personalidad es innata, y el 90% se construye a través de las interacciones del individuo con su medio; por lo tanto, la familia, como primer agente socializador, juega un papel fundamental en su desarrollo.

Las personas que han sido expuestas a factores de riesgo tales como: un bajo nivel de socialización durante la infancia y adolescencia, falta de contención familiar ante alguna dificultad, carencias en su desarrollo moral y afectivo, involucramiento en grupos de pandillajes o contacto constante con familiares con historial de conductas delictivas, tienen mayor prevalencia para desarrollar un trastorno de la personalidad antisocial.

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