A lo largo de la vida, vamos generando diferentes expectativas sobre nosotros mismos, los demás y las situaciones que experimentamos. Asimismo, desde que somos pequeños, las personas y la sociedad depositan expectativas sobre nosotros. Es común que un padre o madre tengan la expectativa de que su hijo(a) sea primer puesto de su salón; que un trabajador tenga la expectativa de crecer y ser reconocido en su organización o que una pareja mantenga la expectativa de que su relación sea eterna.
El tener o mantener expectativas es natural en todos nosotros; sin embargo, cuando las expectativas son grandes, poco realistas, rígidas e irracionales podemos caer en una trampa. De esta manera, estos deseos se convierten en exigencias o demandas. Así, podemos diferenciar como un padre puede pensar “espero que mi hijo obtenga el primer lugar de su salón” a un padre que piense “mi hijo tiene que obtener el primer puesto a toda costa”.
Cuando mantenemos las demandas o exigencias en nosotros, los demás y el mundo, tendemos a vivir la experiencia de manera polarizada; es decir, blanco o negro, olvidando que existe una escala de matices intermedios. En esa línea, es posible que una persona que no cumpla con sus exigencias, experimente emociones como la tristeza, decepción, cólera, culpa o vergüenza. De este modo, una persona que piensa “debo ser reconocido por todos en el trabajo” puede sentir cólera cuando no le reconozcan sus avances como espera y actúe de manera impulsiva.
Dentro de las relaciones interpersonales, son muy comunes las grandes expectativas hacia la pareja. Las personas esperan que su pareja cumpla determinadas características, guiándose de experiencias previas o de mandatos sociales. Así, una persona dentro de la relación puede pensar “si mi pareja me ama, debe demostrarme siempre muestras de afecto”. Cuando la pareja no corresponda con las acciones esperadas, la persona puede dudar de los sentimientos de su pareja, ya que los condiciona a sus expectativas rígidas sobre la pareja.
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Ante esta trampa de las grandes expectativas, nosotros tenemos la posibilidad de pensar de una manera distinta: realista, lógica y flexible. Así, una persona que tiene la exigencia de ser reconocido por los demás en el trabajo, puede aceptar que no necesariamente será posible, pero ello no cambia su valor personal ni profesional. De esta manera, pasaría de sentir cólera a una molestia manejable.
El mantener expectativas reales y flexibles, no solo nos permiten experimentar estados de ánimo saludables, sino también influyen positivamente en nuestras relaciones, aprendizajes, responsabilidades, entre otras. Por eso, cuando identifiquemos que nos encontramos entrampados con estas exigencias, preguntémonos que tan real o lógico es pensar que por el simple hecho de desearlo deba suceder de ese modo.
En conclusión, las expectativas son importantes para nuestro desarrollo, ya que nos movilizan a nuestros objetivos; sin embargo, cuanto más mantengamos expectativas rígidas, más probable es que se experimente frustración, emociones no saludables, obsesiones y hasta conductas no adaptativas cuando las cosas no sucedan como esperábamos.
Guillermo Atúncar
Psicoterapeuta de Libera
C.Ps.P. 31779
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