El inicio del viaje:
Comienza quinto año del colegio. Al inicio lleno de expectativas, ilusiones, alegrías, muchos vínculos fortalecidos con los amigos, y muchas ganas. A mediados del año comienza a cambiar el panorama, la alegría se va consumiendo por la ansiedad, poco a poco esta se torna en miedo y finalmente nos invade la angustia que se esconde tras la pregunta ¿qué voy a estudiar?
De pronto nos damos cuenta que miles de universidades van a nuestro colegio a darnos charlas, a entregarnos folletos, y a vendernos la idea de que somos un diamante en bruto para cualquier carrera, -con la alta posibilidad de salir más confundidos de eso-. Vemos amigos que saben qué quieren estudiar desde pequeños, vemos otros que incluso ya dieron exámenes habiendo ingresado a dos o tres universidades, vemos otros que desean estudiar algo que sus papás no apoyan… y finalmente nos vemos a nosotros mismos, ahí, indecisos, sin saber bien qué hacer o a dónde ir.
Responder la pregunta escrita líneas arriba a los 17 años, es prácticamente la tarea más difícil a la que nos enfrentamos; pues la sociedad, nuestros padres, las universidades y la competencia nos venden la idea que de esa respuesta depende absolutamente todo nuestro futuro, generando pues en nuestros pequeños, frágiles y adolescentes hombros un peso que difícilmente podemos cargar.
Y es que, si vamos a hablar de orientación vocacional la pregunta de rigor debería ser ¿cuál es mi vocación?, es decir ¿para qué soy bueno?, ¿para qué vine a este mundo?, ¿cuál es la esencia de mi existencia?, ¿para qué estoy aquí?, ¿qué semillas mías puedo dejar en este planeta, para que en un futuro crezcan dejando algo importante?, etc. Y pues, para responderlas hace falta un exhaustivo análisis introspectivo, una mirada aguda y profunda hacia adentro, ser capaces de observar nuestras habilidades y capacidades dándoles otros matices… hace falta viajar hacia adentro, hacia el fondo.
Ir hacia los recuerdos para encontrar la vocación:
Recordemos cuando éramos niños, de los mil y un objetos que hemos observado algo se nos ha quedado grabado, había una “fuerza interior” –quizá inconsciente, instintiva, innata; no sé- que dirigía nuestras pequeñas manitos, nuestros ojos, nuestra atención hacia algo, algo específico, algo puntual, eso con lo que siempre jugábamos de pequeños, eso que nos llamaba la atención. Hay quienes encontraban cierta fascinación a los legos, a armar y construir castillos y fortalezas, a crear casas y se las pasaban compitiendo con los primitos en quién construía el edificio más alto y que no se caiga. Hay quienes preferían desarmar los juguetes, les llamaba la atención qué hay dentro, cómo está compuesto, y viven preguntándose el por qué y el cómo de todo. Otros no, otros preferían pasarse la tarde entera en el parque observando las extrañas formas de los árboles, las nubes, los animales; se la pasaban observando a los chanchitos de tierra y a las hormigas mientras llevaban su comida.
Todo ello nos da una respuesta muy importante a las numerosas preguntas descritas líneas arriba, pues debe haber alguna razón por la cual de pequeños -aún sin mucha capacidad de pensamiento ni discernimiento- elegíamos algo de este mundo, algo particular.
Iniciar esa búsqueda es interesante, es importante; pues nos va a permitir saber en dónde está nuestro verdadero interés de la vida, qué es lo que verdaderamente nos cautiva, nos llena, nos satisface. Y justamente eso es lo que hay que tener en consideración antes de elegir una carrera universitaria, que finalmente es solo la herramienta que nos debe ayudar a poner en práctica y aterrizar esa esencia por la cual vinimos a este mundo.
Muchas de las personas que vienen a consulta por orientación vocacional, ponen sobre la mesa la pregunta protagónica ¿qué tengo que estudiar?, cuando realmente esa respuesta final se debería dar sí y sólo sí, la persona haya atravesado por el proceso anterior, una vez entendido su propósito en este mundo, una vez habiéndose conocido.
Reflexión final:
Ese viaje hacia el interior no es sencillo, pues la educación, sociedad, medios y demás nos hacen olvidar muchas de las cosas esenciales e importantes, nublando nuestra vista, llenándonos de números y letras, de fechas y relojes, de urgencias e inmediateces; olvidando un poco lo humano, lo propio, lo esencial. Para ello, existimos los psicólogos, quienes estamos formados para acompañar a las personas que se encaminan en este proceso, para ayudarlos a desempolvar la olvidada vocación, para caminar juntos hasta descubrir cuál es su propósito aquí y entender finalmente que la carrera universitaria no es importante en sí misma, sino lo que hay detrás.
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https://youtu.be/qGrG8r7M6fw
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