La libertad es uno de los valores más preciados por el ser humano; ha sido tanto fuente de motivación como de innumerables conflictos y guerras. Sin embargo, el contar con la tan preciada libertad puede ser una causa de estrés en sí misma, ya que nos obliga a tomar decisiones y, sobre todo, a hacernos cargo de las consecuencias de estas. Como dijo Jean Paul Sartre: “El hombre está condenado a ser libre”.
Al considerar la importancia que pueden tener muchas de las decisiones en nuestra vida, es posible que caigamos en la tentación de no tomar una decisión ante un determinado tema siguiendo la lógica: “para no perder el partido, mejor no lo juego”. No obstante, el no tomar una decisión, es una decisión en sí misma, la cual conllevará igualmente a consecuencias. Dicho esto, se vuelve importante el asumir la responsabilidad de nuestra libertad para elegir, lo cual, en ocasiones, no es tarea fácil debido a ciertas dificultades como:
- El miedo a fallar, manteniendo la idea de que equivocarnos sería terrible y traerá consecuencias irreparables
- Creer que no se cuenta con los recursos o características suficientes para asumir la responsabilidad que representa tomar una decisión.
- El temor ante el juicio negativo de otras personas, lo que nos podría llevar a tomar decisiones para lograr la aprobación y aceptación de otros.
- La poca tolerancia a la incomodidad, que puede significar el salir de la zona de confort y enfrentar la incertidumbre.
Dichos conflictos internos acarrean consecuencias poco funcionales, tales como:
- Altos niveles de ansiedad que lleven a conductas excesivamente minuciosas y precavidas que imposibiliten el tomar la decisión a tiempo o nos lleven a un desgaste emocional elevado en el proceso.
- Tomar decisiones impulsivas.
- Buscar o permitir que otras personas tomen las decisiones por nosotros, lo que limita nuestra autonomía y aprendizaje.
- Procrastinación, la cual nos lleva a postergar la toma de decisiones con el fin de no enfrentar la incomodidad que esta nos represente en el momento actual
- No tomar ninguna decisión, lo cual llevaría a perder oportunidades.
A continuación, compartimos 5 pasos que nos pueden ser útiles para tomar decisiones:
Definir y formular el problema:
El primer paso consta de entender a totalidad el problema en cuestión, considerando el por qué es un problema, el contexto en el que se encuentra, las consecuencias que conlleva, así como las herramientas que tenemos disponibles.
Identificar las alternativas de respuesta:
Como segunda parte del proceso, es recomendable hacer una lluvia de ideas con todas las opciones de respuesta disponibles, consideremos la mayor cantidad de opciones posibles, permitiéndonos ser creativos y evitando juicios de valor sobre la viabilidad de las opciones y las amenazas o dificultades que pueden presentar.
Evaluar las alternativas (consecuencias pros y contras)
En este paso debemos procurar cotejar las alternativas de respuesta con los factores intervinientes en el problema (considerados en el paso 1), tales como las herramientas disponibles, así como el contexto del problema y cómo las decisiones podrían repercutir en este. Descartemos las opciones no viables o que puedan llegar a repercusiones no deseadas. Puede ser de mucha utilidad puntuar cada aspecto mencionado anteriormente (herramientas disponibles para poner la opción en práctica, impacto positivo en el contexto del problema, viabilidad, posibles repercusiones) del 1 al 10 para luego comparar las opciones finalistas.
Toma de decisión y ejecución
Una vez evaluadas las opciones, es momento de elegir la que mejor cumpla nuestros criterios de análisis y ponerla en práctica. Nadie puede asegurar que la opción elegida es infalible, pero recuerda: “para ganar la lotería nuestro boleto debe estar en el ánfora”. Tomemos acción.
Evaluar los resultados
Una vez ejecutada la acción, es momento de evaluar si los resultados obtenidos se alinean con los que nos habíamos planteado, para así identificar si necesitamos realizar algunos ajustes o tomar nuevas decisiones con la nueva información que recaudemos.
En caso la decisión que hemos tomado no tenga las consecuencias que esperábamos, tomemos en cuenta que:
- Tenemos el derecho a equivocarnos, eso no nos define como buenas o malas personas
- Aún no sabemos si la decisión tomada podría ser positiva en un mediano o largo plazo
- Podemos poner este nuevo escenario imprevisto a nuestro favor
- El aprendizaje ganado es invaluable y se añade a nuestro repertorio de conocimientos y habilidades para afrontar nuevos retos.
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