¿Se han percatado que algunas veces escuchamos a otras personas o a nosotros mismos quejarnos constantemente de algo personal, que al final -consciente o inconscientemente- son las mismas cosas que nosotros solemos quejarnos de nuestros padres?
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué algunas personas repiten los mismos errores de sus progenitores a pesar de haber evaluado en su momento que no era algo correcto?
En el presente artículo trataremos de explicarte este evento tan cotidiano, del cual muchas veces no nos percatamos.
Cuando somos niños la primera relación que desarrollamos con el mundo es con nuestros padres. Ellos nos enseñan sobre la ética, maneras de cómo responder emocionalmente, además conocemos cómo se da una relación de pareja, cómo son las amistades, la relación de familia, etc. En resumen, sus vidas son nuestro ejemplo.
Al ser niños evaluamos nuestra relación con los padres como si fuera la realidad del mundo, es decir que todo el mundo se comporta de la misma manera.
Esto va cambiando con el crecimiento, pues al llegar a la adolescencia, que es una etapa donde la persona va formando su propia identidad y personalidad, comenzamos a cuestionarnos los actos de nuestros padres.
¿Pero cuál es el factor que hace que repitamos lo que en un principio no nos gustaba de nuestros padres?
Aquí se ven involucrados dos factores: el hábito inconsciente y el miedo.
Cuando hablamos de hábito inconsciente nos referimos a aquellos aspectos de nuestra vida que nos gustaba o disgustaba en nuestra infancia y que, al repetirlas constantemente se nos hizo un hábito, una manera de interactuar con el mundo (personas, trabajo, etc.) en el presente.
De otro lado, el miedo inconsciente es el miedo de salir de nuestra zona de confort, que aunque no nos guste, es lo que conocemos y sabemos cómo desenvolvernos y “sobrellevar” la situación, lo que comúnmente se conoce como “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Este miedo es lo que a veces no permite a las personas probar cosas nuevas, saber que hay más allá que les muestre que no necesariamente la vida es lo que sus padres les enseñaron que era en su infancia.
¿Qué implica salir de esa zona de confort?
Esto implica reconocer puntos ciegos, temores, dolores y hasta eventos traumáticos que no se han podido solucionar. Cuando la persona se da cuenta que está actuando con pensamientos y emociones aprendidos (ajenos), es cuando reconoce que está perdiendo la oportunidad de vivir y sentir el presente y con ello aprender más de sí mismo y darse cuenta que la vida nos da la oportunidad de ser únicos y crecer, dejando así fantasmas del pasado.
Recomendación
Si sientes que te cuesta ver estos puntos ciegos siempre está la ayuda de un profesional que a través de la psicoterapia te permitirá darte cuenta de los mismos, aprendiendo a utilizarlos como impulso para tener una vida plena y satisfactoria, con congruencia con tus emociones y sentimientos dejando de lado aquel bagaje emocional nocivo y heredado.
Recuerda que, como adulto, tienes capacidades y recursos que quizá de niño no tenías. A través de toda tu experiencia y trayectoria, ha adquirido mucho aprendizaje que puede permitirte romper cadenas y atreverte a reaccionar de maneras diferentes.
Ya hemos revisado que salir de la zona de confort da miedo, pero también hay que reconocer, que quedarnos en ella nos limita, nos invalida y no nos deja continuar.
Te invitamos a que reflexiones sobre cómo estás llevando tus hábitos, revisa cuántos de ellos son una fiel copia de lo que tus padres o cuidadores hacían contigo, y cuántos de ellos son un impedimento en tu desarrollo personal. Solo así podrás alcanzar el crecimiento y una vida más plena y congruente.
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